jueves, 17 de septiembre de 2020

Antes de que vos te vayas y yo desaparezca

Aquí termina la cuarta temporada de este blog. Termina también una etapa, un tiempo en el que le puse mucha energía a esto. Y también plata, porque si no tenés plata para pagar un taller, una clínica, algo así, no existís.

(Bueno, pagándole a gente profesional –Méndez, Flores, Litvinova– la existencia que obtuve fue parquimétrica: duró hasta la caída de la ficha del tiempo. Tal vez no podía ser de otro modo, no lo sé. Como sea, sumé experiencias, disímiles, aunque al final del periplo me descubrí en un lugar demasiado parecido al punto de partida, salvo por la construcción de una relativa certeza de que no son un papelón. Pero ¿madura un poema si nadie lo lee, si nadie sabe de su existencia?).

Termina con un libro, la consumación física, objetiva, de todos estos bits, de toda esa neuroquímica que uno trata de capturar de algún modo, ya que no puede hacerlo con una fórmula: el universo estará escrito en caracteres matemáticos, pero nos resultan inalcanzables.

Se trata de una edición autogestionada, porque esas experiencias fueron ratificando la presunción de que nadie iba a editarme: como siempre, lo mío no mueve los amperímetros necesarios. Pese a la impresora desfalleciente, al papel marcado, a la tipográfica averiada (y a su mecánico anciano y confinado), y pese al descalce entre mi ansiedad y los tiempos ajenos, acá está. No sé para qué ni para quién, pero acá está.

("Las cosas que te inventás para no reventar", me dijo alguien alguna vez).

("Intentaría hacer una clínica con alguien, armar un libro y buscar una editorial", me dijo un profesional otra vez, y su frase fue un poco rectora de este viaje, pero el límite fue esa tercera estación. Ni antes ni después de las clínicas supe cómo se hace. Durante, dos personas ni mencionaron el tema, y supongo que ese silencio quiso decir algo. El otro apenas lo hizo al pasar, sin trazar una hoja de ruta concreta; y cuando ya tenía el mail escrito para preguntarle "¿te parece que alguien editaría esto?" llegó la cuarentena).

No me conforman estas palabras, pero no sé qué más podría decir o cómo se dan noticias así. Apenas agregar que conforman el volumen una selección de los textos aquí presentados (a veces en una versión con cierto tuning profesional) y que la foto, como todo, podría ser mejor, pero es la que pude sacar.

Los datos duros son estos: Olga Outside, Antes de que vos te vayas y yo desaparezca, Buenos Aires, Ediciones IFE (?), 2020. 58 páginas. ISBN: ni en pedo pagaba 2500 mangos.

Ahora resta enfrentarme a la realidad y al desinterés ajeno. A la inexistencia de siempre, pero con otra escenografía. 

 


 

martes, 1 de septiembre de 2020

La velocidad del sonido


Te dieron la vida, dicen,
y con el sustantivo omiten la muerte
y la agonía.
Te dieron la vida, insisten, y el verbo calla
la imposición.
Me dieron un nombre que es un ruido,
una energía inválida, un cuerpo y una familia
en los que nunca pude confiar;
una de tres
tumbas en Jardín de Paz y a ellos mismos,
como dos lápidas
a las que ningún esfuerzo ni ninguna idea
pudo mover.
Soy Bart sin su alma,
soy Alf sin los Tunner,
soy Maxwell Smart
chocándose el muro
invisible e infranqueable
que tenía en su living y yo llevo a todas partes.
Soy/fui incapaz de hacer saltar
la púa de piedra y plomo
que me aplasta contra el surco forjado
desde antes
de mi cumpleaños de cinco o seis,
cuando mandaron a su amiga
a sacarme la armónica que alguien
me había regalado un rato antes.
"No te internaron, pero te internaron igual",
dijo la persona que me vio y fue
quien más sabe de mí,
antes de confinarme, ella también,
al pabellón de los silenciados.
Absorbo los fracasos como lo negro
todos los colores
y vivo con la sombra
de lo que nunca
nadie me dijo y de las microexpresiones
que jamás provoqué.
Con el tiempo aprendí a mostrar
un simulacro de normalidad,
que funciona en la distancia del desinterés.
Más cerca,
más tarde o más temprano, todos
se dan cuenta de que nunca pude
romper la velocidad del sonido
de las palabras.