viernes, 3 de agosto de 2018

Lluvia dorada


La hora pasó, puntual, antes
de que pudiéramos acabar.
Nos dimos hacerlo incluso
en el campo semántico de los abogados
–a pelo–
y ni así
pudimos traspasar ese vidrio que algunos
deciden cuándo quebrar y a otros
se les rompe de pronto.
La coreografía necesaria para volver al mundo
de la ropa puesta
tiene algo de fordista y esta vez
mucho de apuro. Hasta que la veo sentada
en el inodoro, con el torso echado
hacia adelante, y el vértigo se disuelve.
Por su pelo recogido y el arco
de la espalda sobre los azulejos gastados
porque era la última y la primera vez
que tenía acceso a esa imagen,
salí de la bañera, abarqué su cuello
con una mano y deslicé
mis dientes por su nuca.
“Me hacés cosquillas”,
dijo, en una casi risa,
y todo sucedió tan rápido que no pude pensar
en que estaba haciendo pis.
Si no, le habría pedido
un poco de lluvia dorada.

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