domingo, 24 de noviembre de 2024

Precacución o suerte

Miguel paraba con La Doce
y traía las marcas del Rohypnol.
Estuvo un tiempo en cana y después se mudó.
A veces lo encontraba sentado
en el umbral contiguo,
mirando la que había sido su casa,
y trataba de evitarlo.
Flavio se enfiestó con dos minas,
pero ese sábado estaba por subirse al bondi
y un auto se jugó a pasar
entre el 53 y el cordón de la vereda.
Lo tiró media cuadra más allá
y los vecinos se enteraron
cuando sus amigos vinieron corriendo
para decírselo al portero eléctrico.
A la chica de la otra cuadra no la conocí:
era hija de una amiga de mi abuela
y mi vieja dice que “andaba en la droga”.
Roxana se ofendió cuando a mis catorce
*me enamoré* de ella.
Me dijo de todo, menos chau,
y no vino nunca más. Nunca más
pude decir eso.
Pero acá sólo corresponde referir
su último ataque de asma.
La conversación errante de un 24 a la noche
los trajo de vuelta
y cuando una de las anfitrionas dijo
“están todos muertos”,
me sentí en un texto de Fabián Casas.
Después hablamos
de la chica del sexto, del domingo
que salió corriendo al palier
con la cara llena de dedos
impregnados de su sangre,
dedos de su padre
como pinturas rupestres en la mejilla.
Terminó refugiada en un departamento vecino.
Terminó llorando en un patio desconocido.

Encontrar algo afín en ese ámbito improbable,
donde siempre repetimos
lo que decimos y lo que callamos,
me hizo llevar de la memoria a la lengua
lo del Liquid Paper del Proceso, las Malvinas y el sida.
El entusiasmo y una falencia
en el registro de mi envergadura
hicieron volar un vaso de Sprite
ya caliente hasta su destino final.
En cuclillas, seco
el lago inesperado del parquet.
La servilleta roja me deja
su color en la yema de los dedos.
Las risas burlonas, casi histéricas,
me dejan ese color en la cara
y mutan en repetidos “¡no te cortes!”
que, sin embargo, parecen desear la herida.
No me van a invitar más y voy a ser
otro nombre en la lista del pasado.
Vidas rotas, también, las nuestras,
pero, precaución o suerte,
sin sangre.

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