Esperábamos el bondi en el medio
de la ola de calor.
Recién salidos
del horno de Niceto
el aire oponía una resistencia
espesa que vencíamos
con la pesadez de un rompehielos.
Demoramos el tiempo
de ponernos las remeras,
que habías guardado en tu mochila.
Quedaron ahí, indefinidas,
de ponernos las remeras,
que habías guardado en tu mochila.
Quedaron ahí, indefinidas,
molestando en nuestras manos,
hasta que me puse la tuya y accedí
de la única forma posible
a la vibración de tu pecho,
conservada en la trama
de tu remera marrón de Massacre.
A dos semáforos de distancia
el colectivo anunció el final
del momento Cenicienta:
nos pusimos las remeras correctas,
bajamos donde Once
cambia de nombre y,
cambia de nombre y,
como estaba previsto,
cada uno se fue a su casa.
Unos días
después me escribiste
que había sido un error
ir a ver a Dancing
esa noche conmigo.
un recuerdo agridulce entonces, pero recuerdo al fin...
ResponderEliminarque feo color de remera igual ja...
Lo único que tenemos, al fin y al cabo: recuerdos.
ResponderEliminarSaludos!
Acá la pregunta importante es ¿Dónde termina Once? ¿Pasteur? ¿Junín? ¿Callao?
ResponderEliminarAbrazos
Podemos explorar los límites hacie al Sur, también...
ResponderEliminarBah, puedo decirlo, nos quedaban sendas segundas partes del viaje... La estación de servicio donde dobla el 168.