viernes, 1 de marzo de 2019

Encuentro con el Diablo


La eminencia saluda sin bajar
la ventanilla del auto.
Tiene la sonrisa
y el ademán de una estrella
de los años cuarenta,
pocos minutos de recuperada
la libertad
y una acompañante cabizbaja
en quien reconozco a aquella
profesora carismática del secundario
que se hizo confidente,
me dio su teléfono y en una
de esas charlas me preguntó
con lenguaje más cuidado
si yo prefería el chori o la empanada.
Y pronto observó lo bueno
que sería ver a un psicólogo:
no a cualquiera, claro, a su primo,
la eminencia.
Hay bibliografía, la escribió él,
pero mi edición mental es aleatoria y rescata
una frase de otro especialista en otro caso:
“Saben detectar vulnerabilidades”.
(Igual, no es muy difícil si me regalás
la poesía completa de Benedetti y te digo

que me pasé el verano leyendo
no ese ladrillo caduco, sino las dos
primeras palabras que escribiste

en la dedicatoria: Queridx Mi-nombre”).
Como la eminencia también sabe
detectar el terreno propicio,
no cargo con la imagen
del culo abierto de J*rge C*rsi;
sólo con el repelús que causa
la perpetua incertidumbre de por qué
alguien que usaba las palabras “cariño y confianza”
me mandó a sabiendas
a la boca del león.
No.
No corresponden metáforas:
nunca sabré por qué insistió tanto
para que yo fuera
a la casa del abusador.