viernes, 26 de octubre de 2018

Teoría de cuerdas


Se expande
en la vereda el olor de una Kentucky.
El entramado nervioso activa
la respuesta en otro sentido y guía mis ojos
hasta el cartel que anuncia la promo
más clásica: dos de muzza,
una de fainá, un vaso de Coca.
La teoría de cuerdas que trata de explicar
no sé qué enigma del espacio tiempo
podría representarse en el filamento de muzzarella que
brilla, oscila y es capaz
de estirarse­ más que el largo de mi brazo, tanto
como para llevarme a otra sucursal,
a aquella noche en que
Palo tardaba en empezar
y ese menú sirvió para que intentaras calmar con él
mi interminable malestar hipoglucémico
y para que me dijeras
"te invito".

El hilo se corta por lo más delgado
de lo que admitimos como realidad. 
El banco, la transacción y sus participantes
están a media cuadra;
miradas despectivas o burocráticas
me esculpen hace dos horas
y todavía falta que las encienda
el olor de la tinta.
La expansión de las cadenas
gastronómicas presenta un beneficio inesperado
y les permite a quienes fuimos esa noche
estar conmigo.
Cambia el semáforo, el olor se pierde
paso a paso, nadie ve
que se me hacen agua los ojos.

viernes, 12 de octubre de 2018

Tres Sugus de colores cálidos

Somos las ovejas que cuentan
los de seguridad en las torres de Goyena
para comprobar que no se quedaron dormidos.
Nosotros
no necesitamos contar para reírnos
de que superan en número 
los vigiladores a los vigilados.

Todos los bares están cerrados y el aire
en pausa de la madrugada,
todavía caliente,
eleva nuestras voces
en la caja de resonancia que construyen
los edificios de Cachimayo.

Parecemos adolescentes, dijo
cuando nos sentamos en un umbral para compartir
un torpedo de naranja y mitigar
la hipoglucemia.

Las bocas, más sedientas
de palabras que de besos,
recorrían problemas metabólicos,
psiquiátricos, neurológicos.
En eso,
le cayó la ficha de cómo podía darme algo más
y googleó el prospecto del remedio
que le hace bien.

Después sacó de la cartera
el vuelto de algún chino,
tres Sugus de colores cálidos,
y me los dio para que tenga
con qué mantener la glucemia en condiciones
durante el regreso.

Atajamos un taxi a puro reflejo.
El beso y las palabras salieron torpes
en la despedida precipitada,
pero supimos mantener las formas:
ninguno insinuó la posibilidad
de un nuevo encuentro,
yo tampoco le dije que me había puesto
mi remera favorita,
esa que usé una sola vez en cinco años,
para ir a verla.